lunes, 3 de marzo de 2008

Lust, Caution. Ang Lee, 2007.


Este es uno de los casos en que hay que agradecer a la informalidad que se esté tomando no sólo la molestia de introducir al mercado peliculas de autor en un lugar como Tabasco, sino que además consiga la visión para detectar cuáles de éstas películas serán más apreciadas en video que en cine, y que le meta ganas como para ganarle a las mismas distribuidoras en su lanzamiento. Y ello no sólo por que alguien suponga que nos decantamos por el formato electrónico o por la presunción que lleva a concluir que nunca será vista completa en pantalla grande debido a la mutilación ejecutada por el propio Lee con el fin de evitar la temida represalia gubernamental. En primer lugar, la estamos viendo apenas un mes después de su lanzamiento oficial en Francia, con algunos problemas de sincronía en subtitulación, sí, con errores no sólo ortográficos sino gramaticales y hasta propios de una enfermedad como la dislexia, también. Sin extras, por supuesto. Pero es posible verla ya sin esperar a que alguno de los multiplex locales quisiera pasarla -muy remoto-, o sin esperar a que alguna autoridad chilanga le pegara la gana incluirla en alguna muestra y que luego otra autoridad local acertara en reactivar las mismas. Sobre todo la estamos viendo por $ 20.00 en lugar de los $ 500.00 con que podría ser ofertada en Mixup, la conocida tienda del magnate del imperio Telmex, Sears, y vaya usted a saber cuantas más. Hay que felicitar a su pirata de confianza y no dejar de pasarle cuantos tips sean prudentes, incluso aquellos que pudieran advertirles cuando la autoridad, tapando el sol con un dedo, realizará la enésima requisa.

Tan imprudente diatriba se funda, para ser claros, en la maravilla que es este filme y en la honda impresión que produce. Es de imaginar como Tony Leung, fetiche por algún tiempo de Kar Wai e inexpresivo como pocos pero dueño de un rostro que expresa una tristeza ancestral, se mete ahora en el cuerpo de un colaboracionista chino dedicado a desaparecer la resistencia: temido, osado, implacable pero intensamente solo. Pero ese no es el único cuerpo en el que se mete. Wong Chia Chi es una exquisita y apasionada estudiante de teatro que llevará esta pasión hasta sus ultimas consecuencias, donde el idealismo, la lealtad, el activismo y sus propios sentimientos se convertirán en una amargamasa informe sin que apenas ella lo note: incluso en el momento final.

Mas allá de virulentos ardores y torrenciales chaparrones finamente retratados por la cámara de un Rodrigo Prieto que definitivamente no va mas lejos de lo que ya había ido antes, resulta inquietante la doble moral que subyace en el texto y subtexto de la obra de Lee: pone a Leung en el papel principal, el de un chino traidor en pro de los japoneses mientras en en ámbito de lo formalmente cinematográfico homenajea, parafrasea y cita a Nagisa Oshima y su conocida trilogía sobre los sentidos, el amor y la pasión, destacando a su vez que el legendario maestro janponés haya llegado hace casi cuarenta años, a un lugar donde gracias a los poderes gubernamentales todavía no podemos llegar hoy.

Que nos hace la guerra? Que nos hizo la guerra? En que momento dejamos de ser hombres? Son quizá las preguntas que motivan la obra de Lee, mientras se nota que lejos de proporcionar alguna respuesta induce a descubrir los momentos en que decidimos vender nuestra alma al diablo, como aquel en que Chia Chi, entonces una estudiante virgen seleccionada para seducir un temible miembro de los servicios de espionaje japoneses, decide tener sexo crudo con uno de los integrantes de la resistencia, con el fin de adquirir la soltura necesaria para hacer creíble su papel como anzuelo para el colaboracionista. Tiempo después, sin embargo, cuando el alto mando de la resistencia la designa para matar a ese mismo personaje, su maestro de teatro y reclutador no puede ocultar sus sentimientos y la besa, en un momento muy oscuro y con el destino amenazando sus vidas. Ella responde pero luego lo aparta. Le dice que hace ya tiempo él echo a perder la relación, descubriendo entonces el origen de toda su tragedia y lo peligroso que puede ser para una mujer dejarse llevar por su mal carácter: sobre todo cuando estamos en plena II Guerra Mundial, rodeados de intelectuales activistas, de traidores y además, de la natural obligación de sobrevivir.


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