martes, 4 de marzo de 2008

Elizabeth, the golden age. Shekhar Kapur, 2007.


Desde siempre Shekhar Kapur (diciembre 6, 1945, Lahore Punjab, Pakistán) ha sido un cineasta sin prisas: entre 1983 y 2007 solo terminó 6 películas, 1 serie de TV, dejó otra película inconclusa (Time machine, 1992) y algunas más donde no lo acreditaron o sólo dirigió ciertas escenas. Realizar Elizabeth, the golden age representa la primera secuela que tarda 9 años en aparecer y a juzgar por lo que concierne a la cinematografía no ha quedado claro que es en sí lo que ha querido representar, hacer, o al menos comunicar, lo cual tampoco significa que su visionado esté exento del disfrute típico que cualquier gente persigue al meterse en una sala de cine y que además logre hacerlo sobradamente: con una fotografía que literalmente hiere los ojos por su intensa profusion de luces altas, contrastes, belleza y gracia además de una narración sólidamente estructurada y que fluye como la misma agua donde se da el encuentro entre las embarcaciones de su Majestad la Reina y el todopoderoso Felipe, el temido monarca de la mas respetada nación de esos tiempos y donde no hay lugar para excluir las intensas emociones que viven sus personajes y con ellos nosotros, una gran diversión está asegurada.

Sin embargo, no es para tomarse tan en serio. No al menos cuando satiriza innecesariamente tanto a los villanos -las voces españolas se escuchan siempre ominosas, como saliendo del fondo del averno mientras se identifica a la inquisición y la monarquía de ese país con el más abyecto atraso- como a su figura principal: la reina virgen a bordo de un etéreo corcel arengando a sus tropas en una secuencia donde más parece un personaje de Talkien que la monarca de un país sitiado por el poderío español. Y todavía hay más: La reina virgen caricaturizada como mujer común celosa de los amores de Walter Raleigh, la reina virgen sucumbiendo a los brazos del candidato a Lord, y la pupila de la reina, enamorandose sin permiso real del mismo caballero. No hay modo de evitar la sensación de estar más ante el culebrón televisivo de las 21:00 hrs. que ante la obra de un director oscareado hasta el vértigo. No obhstante, en este sentido lo peor no parece haber pasado, pues las productoras involucradas han amenazado con implementar una tercera película para así accesar el concepto de trilogía y de ahí para el real. Y la lista podría seguir, por ejemplo, con que Geoffrey Rush ya no aparecerá, pues su personaje ha muerto.

Tomar las cosas en serio, después de todo, no es un requisito para ver este filme, y sobre todo cuando el director ha manifestado una cierta visión al respecto de su cine: para él no es una profesión sino una aventura; encontrar en los relatos del pasado la escencia de los que somos y de lo que hemos sido: de lo que nos afecta y de lo que nos concierne.

Y al respecto uno puede estar de acuerdo o nó, aunque siempre subyacerá entonces la idea de que con esta concepción tan new age del asunto, su filme estaría mejor posicionado entre los departamentos de motivación personal en compañías como American Express, Avon, Stanhomme o incluso, Sears Roeckbuck, Sanborns o Nike. No en las salas de cine. Para eso no hacen falta tantísimos óscares.


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