domingo, 23 de diciembre de 2007

Control, Anton Corbijn, 2007


Autor de más una decena de videos de culto de músicos igualmente de culto dentro del circuito comercial, como Metálica, Depeche Mode o el mismísimo Achtung Baby de U2 como antecedentes para su debut como director de largometrajes, éste holandés nacido en 1955, no obstante, había incursionado ya en la dirección de cortometrajes: Captain Beefheart, de 18 minutos, B/N y rodado en 1993, es afanosamente buscado hasta el día de hoy existendo sólo algunas copias en VHS, PAL y NTSC. Este primer antecedente, como Control, también habla de un oscuro músico, para el caso miembro Magic Band y además figura visible de la cohorte de Frank Zappa que, como en el caso Syd Barret ó Ian Curtis de Joy Division, uno de los días en que su futuro más promisorio se vislumbraba de pronto se bajó de la nave, y aunque sin arrancarse físicamente la vida, en cambio sí emigró del desierto a la playa y transmutó su talento musical en un arte visual muy escasamente conocido.

Control, no tiene mucho que ver con aquel primer cortometraje excepto él móvil del personaje y lo extraño de su decisión; Control es una película en la más formal tradición del docudrama ficcionado y musical, que de no ser por el color o el tono grandilocuente de Oliver Stone en Doors, bien podría pasar por cinta genérica. Pero tampoco es así.

El nombre de Anton Corbijn ha estado asociado desde muy temprano en su vida a la producción de discos clave de los músicos más influyentes de la escena popular principalmente anglosajona, pero también al trabajo fotográfico, del cual dan cuenta más de 14 libros de autor, catálogos y poemarios editados primordialmente en Londres, si bien sus expos incluyen casi toda Europa, los Países Bajos y los Estados Unidos de Norteamérica; es pues, nadie lo duda, un personaje ligado al mainstream universal. Por eso tal vez, acude a Samantha Morton para interpretar el papel de Deborah, adolescente que se casa con Ian y a cuya responsabilidad se atribuye el peso de lo mostrado en pantalla.

Pero lo que muestran en pantalla las memorias de Deborah no sólo es subrayado por Corbijn, sino que es transformado unas veces en profunda y soterrada inquisición y algunas otras simplemente las deja correr, tornandose en frío observador. El tema por supuesto que se presta a ello y en estos casos, serán bastante afortunadas las generaciones de estos días que no verán, ni siquiera de muy lejos, una apología del consumo de drogas, de sexo, o de la muerte. Puede ser que en todo caso vean la historia de un tipo con un miedo profundo a vivir, o ta vez un caso de extraordinaria mala suerte, si esto existe, e incluso pueden ver media docena de asuntos más, pero en ningun caso nada asociado a los distintos tipos de productos del rock merchandising, del mercado de personalidad u otros demonios de la juventud.

Es bastante poco común ver una película así que esté bien actuada, bien fotografiada, y que además de biopic es realmente una historia de vida. De la vida de un infortunado joven que padecía epilepsia y que en camino de la expresión encontró el main bussines, pero que no le hicieron falta los excesos para finalmente acabar con su vida. Tal vez lo que si hizo falta, fue un poco de entereza para no atribuir mas importancia de la debida a cierta necesidad de mantener el control.

La película corre sin sobresaltos ni detenciones, si bien se está vendiendo sin cajita de plástico y únicamente con sobre de celofán y portada impresa en PC, lo que la vuelve algo fragil si ha de transportarse en el automóvil o en el back-pack.


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