martes, 8 de abril de 2008

Breathe, Kim Ki Duk, 2007


Referirse al cine de Kim Ki Duk como de amateur no sólo es desafortunado: mas bien resulta de una inocencia tal que raya en la mas absoluta demencia. Pero así sucede con los ciberforos. Bajo el amparo del anonimato se asumen conductas tan infantiles como se podría suponer a partir del promedio de edad que la comunidad exhibe, y aún tendríamos que agradecer que de pronto un público bastante inopinado, casi como por casualidad, llegue a saber de la existencia de un cineasta que no por atípico reboza tanto talento como sobrepoblado se antoja su nutrido mundo referencial.

No puedo presumir de conocer siquiera la mitad de su obra cuando a lo sumo son sus seis ultimas películas, pero es irrebatible que en ellas se encuentra no sólo todo lo que los franceses enumeran como características de un auteur, pues más allá del contexto y la forma se da una extraña sinergia entre elevadas manifestaciones de belleza con supurantes heridas que nunca terminan de sangrar. Nadie como Kim Ki Duk para contrastar los mas opuestos extremos y nadie como él para hacernos transitar por un muy complicado arreglo de sensaciones: ver una cinta suya termina por ser como someterse a una intensa travesía de la cual sabemos que no saldremos para nada bien librados, pero que a la vez nos sabemos incapaces de eludirla, de hacer otra cosa porque sabemos que simplemente no la hay.

En Breathe, como en sus antecesoras, el silencio posee una vital importancia: el director no sólo parece disfrutar mucho en recordarnos que por lo general el ser humano no se caracteriza por hacer un uso al menos digno de la palabra, sino que esa casi ausencia de las mismas se convierte en un vehículo sumamente poderoso para establecer un proceso de comunicación directo de consciencia a consciencia, llegando en muchos sentidos a provocar una experiencia incluso muy cercana al susto, y justo para soltar algunas revelaciones que nos ponen brutalmente frente a un espejo que, como a nosotros mismos, resulta totalmente inutil mentir, esconderse, o hacer como que la virgen nos habla.

Zia es una mujer que en más de un sentido está muerta, tanto o más de lo que habrá de estar Chen Chang por un motivo que casi hasta la conclusion del filme se revela. Cómo y por qué habrián de relacionarse dos seres tan distantes es cosa que parece no ser del interés del director: su interés está en otra parte, con aristas visibles en cómo se complementa el uno con el otro, como se repelen, y cómo la realidad habrá de ajustarse finalmente a ellos y no viceversa, como suele ser el orden natural de las cosas. Y aún hay lugar para la poesía: el aliento como metáfora de lo divino, de lo que insufla vida. La delicadeza visual, en este autor, es un Must.

El DVD-R es producto de un clonado perfecto aunque como todo clon que se precie, no contiene los extras del original, aunque eso ya tampoco es de sorprender dado que aqui en México, compañías como ZIMA, Tarántula u otras que sacan legalmente este tipo de productos, tampoco se los ponen.

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